Despedida "a lo grande" de Kahn

Nada me place más hoy que escribir sobre el partido del Bayern Munich en San Petesburgo. La derrota de los alemanes me produce una doble y profunda satisfacción. Por un lado, porque los alemanes sufrieron la humillación que ya merecieron en Getafe y de la que escaparon por los pelos, lo cual demuestra que el fútbol, de cuando en cuando, es justo. Pero, sin ninguna duda, mi mayor regocijo se debe a la oportunidad que nos brindaron los rusos de contemplar al soberbio y prepotente abuelo Kahn masacrado "in misericorde" por las hordas cosacas, que dejaron a la vista de todos sus desvergüenzas que, a estas alturas de su vida profesional, no son pocas.
Habían dicho los gerifaltes del equipo alemán que la plantilla se iba a conjurar para hacer un digno papel en la UEFA y dar a Kahn la despedida que se merecía. Desde luego, no creo que el adiós en que estuvieran pensando incluyera precisamente que le enchufaran cuatro golitos, aunque no es menos cierto que el guardameta alemán se ha hecho acreedor en su carrera de un final como este.
Kahn, con su cara de perro de presa y su gesto malencarado, siempre ha sido un tipo arrogante, irrespetuoso en muchas ocasiones con los rivales y que se ha granjeado también la enemistad del propia vestuario del Bayern, lo cual me hace dudar, y mucho, que nadie en el vestuario alemán tuviese ganas de ganar la UEFA por homenajear a Oliver. Fue -en pasado, hace mucho tiempo- un gran portero, sin duda, pero hay maneras y maneras de festejar las victorias y encajar las derrotas y la suya casi siempre era inadecuada. El alemán ha confundido las churras con las merinas, la falta de diplomacia con la mala educación, y así le ha ido.
Dudo mucho que anoche hubiese muchos aficionados al fútbol apenados al ver la humillación que supuso ver su portería perforada cuatro veces. Al contrario, muchos se habrán alegrado de que, de vez en cuando, haya un poquito de justicia. Yo el primero.